De profesión zapatero. De vocación
(frustrada) psicólogo.
El “bolichin” donde arregla zapatos lo
abrió su mujer Irma en el año ´82. Ella fue quien arrancó, me cuenta. Ahora ella está jubilada, le trae su mate
individual y lo acompaña en las costuras que el no se da maña.
Gracias a su profesión en la colimba se dedico
a cuidar, remachar, lustrar y dejar casi como nuevos los borcegos y zapatos de
generales y soldados. Pasó por varios puestos bajo dependencia antes y después de decidir que su trabajo oficial sería ser, Mario el zapatero de la Juan B
Justo.
Lo conozco de vista desde que tengo 5 años
cuando mi bisabuela me llevaba a que le cambie los taquitos para no resbalarse
en los días de lluvia. Hoy yo sigo haciendo lo mismo. Jamas había hablado con
el. Hasta hoy. Siempre creí que era un ser solitario, encerrado en ese local de
3x3 casi sin luz natural, repleto de cueros y gomas viejas y con olor a
pegamento.
Pero no, Mario no es nada solitario, le
hubiese gustado ser psicólogo, de los que ayudan a la gente me dice. Tiene una
historia que contar por cada par que posee abandonado. Ama gastar sus suelas
bailando tangos al menos una vez por semana. Su equipo de música tiene pegado
los botones con el mismo pegamento que hay en todo el habitaculo, en sus ropas
y en sus manos, pero no le importa porque el dial no se mueve de la radio
tanguera.
Justamente la protectora de los caminos, La
virgen de lujan es a quien besa y agradece, entre otras cosas, haber dejado de
fumar hace 10 años. Hoy se siente mejor que nunca, con ganas de seguir
“arreglando zapatos”… pienso en la magnitud de su labor artesanal, ayudar a que
todos podamos seguir con la pisada firme en el camino que nos toca.